“Aquel día decidí cambiar muchas cosas
Aquel día comprendí que los sueños
Son solamente para hacerse realidad,
Desde aquel día ya no duermo para descansar
Ahora solamente duermo para soñar”

Walt Disney


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CAP. 43

sábado, 19 de junio de 2010


El trinar de los pájaros me hacían despertar de mi sueño, abrí los ojos con una enorme sonrisa en mi rostro acordándome de todo lo sucedido anoche, voltee a ver a Michael y él aún dormía, tan apacible, le di un beso en su hombro. Me incorporé lentamente tratando de no hacer mucho movimiento, tome mi ropa para vestirme.

-Achis-. Estornude.

-Salud, Linda-. Lo miré y tenía los ojos abiertos, estirando los brazos, mirándose radiante, feliz. Regresé para acostarme a un lado de él.

-¿Cómo dormiste?.- sonreía y le acariciaba el cabello.

-Dormí mejor que nunca-. Se acercó a besarme, no podía resistirme era totalmente adictivo, su cuerpo se pegó al mío, sintiéndome a merced de él, sus dedos se movían traviesos, rozando mi vientre por debajo de mi blusa. Otro estornudo apago el momento.

-¿Te sientes bien Linda?.

-Sí, debe ser el sol. Hice un ademán con la mano para restarle importancia a eso.

Momentos después me senté y Michael se acostó sobre mis piernas, le acariciaba el rostro, contemplándolo desnudo, que perfecto era, no podía apartarle la vista.

-¿Tienes hambre Elizabeth?-.

-¿Eh?, ah sí, algo-. Me sacó un poco de mi concentración en su cuerpo.

-Bueno, veremos que tiene la naturaleza para nosotros, ¿damos un paseo?-. Estaba convencido de ello.
-Contigo hasta el fin del mundo.

Él se incorporó sobre mí, tomándome por mi nuca, besándome de un modo estremecedor, me dejaba sin aliento. Un poco más y caeríamos de nuevo en la tentación, pero el hambre nos hacía estragos.

Michael se cambio y nos dispusimos a regresar a la cabaña ahora por el camino largo, nos encontramos manzanas y naranjas al paso, lo veía tan contento tomando aquella fruta de los árboles.

Fue un paseo bastante agradable, todo se sentía diferente, más intenso.
Llegamos un par de horas después. Él se quedó parado en la entrada, pensando.

-Elizabeth quisiera ir al pueblo solo, no hay comida para más tarde, ¿no te molestaría?-.se veía entusiasmado.

-¿Tú solo?-. Me alegró verlo así tan independiente, era una buena idea que se siguiera moviendo en la libertad que tenía, así que estuve de acuerdo.

-Me iré a caballo, solo me llevaré la gorra puesta, quiero ver que se siente ir de compras, escoger lo que quiera sin que me limiten o me sigan.

No podía decir que eso no me mortificaba un poco, ¿iría solo, con un gorro nada más, sin nadie?, Pero no le iba a robar esa oportunidad.

-Está bien, yo aquí te esperare, ten cuidado por favor-. Notó mi preocupación, me besó, no podía dejar de besarme, era decirnos adiós y tomar mis labios de nuevo, hasta que por fin logro subirse al caballo y partir, aproveche para bañarme, al poco rato, caminaba de un lado a otro, no llegaba, ¿y si lo reconocieron? Y si ¿le paso algo?.

Quise darle más tiempo y salí a caminar entre la naturaleza, estaba decidida que si a mi regreso no había llegado, tomaría el caballo e iría a buscarlo. Pero al acercarme a la cabaña, lo vi sentado apaciblemente en el pórtico, ya se había bañado, tenía puesto un pants, tenis, playera y ¿una guitarra?, lo oí entonar una canción que jamás le había escuchado, decía algo como:
Hold my hand, feel the touch of your body cling to mine. You and me, makin’ love all the way through another night..

-¿Te inspiras estando aquí en la naturaleza?.Me sentaba a un lado de él.

-Me inspiras tu hermosa, por ti me rondan cientos de canciones en mi cabeza.

-Esa canción que cantabas, ¿Cómo se llama?

-Aun no le pongo nombre, pero cuando este lista serás la primera en escucharla.

-Por cierto ¿Cómo te fue en el pueblo?

-Fue asombroso, entré en esas tiendas, agarrando cosas, no había muchas personas, los ancianos en la calle saludaban, incluso platique con ellos un momento y fue sensacional, no había una pila de gente a mi alrededor, todo fue tranquilo, después estuve en una tienda de música y compre esta guitarra-. Se veía extasiado, se movió y estuvo por donde él quiso, comprando lo que quería.

Lo abracé por la cintura, escuchándolo entonar más bellas canciones, estuvimos así en paz, solo disfrutando de la brisa fresca, el cálido ambiente, de preciosas melodías que salían de su garganta y de los animales que paseaban frente a nuestros ojos, conejos, ardillas, venados.

-Elizabeth-. Me daba un beso en la frente-. –Sería capaz de cantarte un concierto entero en este momento para ti sola, estoy realmente feliz de estar aquí, contigo, disfrutando de este paisaje, de tanta libertad.

Michael se paró y saco de la cabaña un par de platos con ensalada con pollo y agua de Jamaica para tomar.
¿Qué más hicimos esa tarde?, nada, solo estar disfrutando, sentados, abrazados, entre besos cariñosos, cantando, platicando, riendo, nos merecíamos un día de no hacer absolutamente nada, descansando, sin pensar en el trabajo, prensa, giras, juntas, entrevistas, guardaespaldas, paparazzis, corriendo a cada minuto de aquí para allá, sin llamadas y carros misteriosos, sin Sal o Joanna..

Nadie, solo estar juntos, disfrutando uno del otro. No tardamos en dar otro paseo, para ver la puesta del sol, me senté en medio de sus piernas agarrados de las manos, recargando mi espalda en su cuerpo, observando el maravilloso espectáculo, estaba en el mismo edén, cuando de pronto volví a estornudar, a estas alturas me sentí decaer un poco.

-Eso no está bien, no creo que sea el sol, tal vez la brizna de anoche, ven linda yo te llevo, me cargo en su espalda, llevándome hasta la cabaña, tendida sobre la hamaca, me quito los zapatos, hizo un poco de té y se acostó conmigo. Nos mecíamos lentamente, mirándonos.

-Te amo Michael.

-Yo te amo más-. Se acercó a besarme

-Podría contagiarte-.

-No importa-. Me besó suavemente.

-¿Sabes Elizabeth? Quiero preguntarte algo, pero no hoy, ni aquí.
No lo presione a decirme, pero me dejaba curiosa.

Mañana partía nuestro avión, se lo que nos esperaba al volver pero hoy estábamos aquí, juntos, queriéndonos.

Alce la mano a mi mochila para sacar un libro que había llevado.

Me acomodé en su pecho, abrazándome tiernamente mientras le leía su historia favorita.

Empezaba de este modo:

“Erase una vez hace ya mucho tiempo, tres hermanitos que se llamaban, Wendy, Michael y John los tres hermanitos vivían en las afueras de Londres…”

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