CAP. 57

Observar la puerta de esa manera anhelante, esperando por algún tipo de salvación milagrosa espontánea, era perderme en una ilusión que bien se encuentra en un libro de historia fantástica.

Había intentado mantener el miedo a raya, pero ahora este me invadía, lo sentía trepar por la piel, vibrarme en el pecho y atascar mi garganta.

En la fría mirada de Sal demostraba que no me iba a dar una oportunidad y salir de esto era una faena difícil.
Busqué en mi mente modos de librarme, pero era igual a someterme a un juego de laberinto, con miles de pasajes y encrucijadas, pero en este no había salida y fue cuando la realidad llegó de golpe y se reveló para darme cuenta y aceptar el hecho de que, estaba sola.

-¡Firma de una vez!-. De nuevo sostenía la pluma entre sus dedos, manteniéndola frente a mí.

Levante la mirada y aguante la suya, sabía que no cambiaría de opinión, la maldad, egoísmo, envidia y toda clase de sentimiento inhumano estaban concentrados en una sola persona, en la de él.
El dinero y el poder era lo único que movían su mundo.
Trate de hacer tiempo, de perderlo mirando hacia todos lados, pero él lo notó y empezó a impacientarse.
Pateó la mesa y se quitó el sacó aventándolo en una silla.

-¿No firmas? está bien, en este momento hago una llamada y mis hombres se encargaran primero de Michael-. Se incorporó caminando al teléfono, sin ningún tipo de deparo ni preocupación.

No pude más.

-Espera-. Me frote los ojos y avente mi cabello hacia atrás-. –No lo hagas-. Articulaba palabras pausadas y en un tono de derrota, ¿qué más podía hacer? ¿Qué le haga daño por mí culpa?, él solo tenía sentimientos para lastimar, y yo, no podía permitírselo.

-Por favor Sal, no lastimes a Michael, a nadie, si para salvarlos debo firmar, entonces-. Suspire muy hondo, colocando las palmas de las manos sobre mi frente-. -Firmare.

-Bien dicho, por fin nos vamos entendiendo, ¿eh?-. Su mueca de felicidad llegaba más allá de los límites de la demencia, aplaudió un poco y se sentó de nuevo a un lado de mí.

Empuñe la pluma y esboce una firma temblorosa sobre aquel papel que marcaría un nuevo rumbo de desgracia y tristeza en mi vida.

Bien terminé de hacerlo cuando me arrebato la hoja acomodándola dentro de la carta.

-Dame el anillo Elizabeth anda, dámelo-. Extendió la mano esperando por él-. Me lo quite lentamente y se lo di-. –Ahora el dije, sin eso no sería tan creíble-. Levantó una ceja.
No quería darle la cadenita que reposaba en mi cuello, pero ¿Qué otra opción tenía?, no pude contener las lágrimas y de nuevo, salían a borbotones.

Lo guardó todo en el sobre y lo dejo sobre la mesa de la entrada, me tomó con fuerza por el brazo, llevándome a la salida a empujones.
Una camioneta se encontraba en el exterior esperando, a la misma vez que una limousina llegaba y se estacionaba afuera de la casa con total exactitud al momento que salía.
Lo tenía muy bien cronometrado todo lo que hacía.

-Ya era hora que llegaran-. Musito Sal impaciente, sintiéndose vencedor.

De aquel lujoso carro, bajaron Joanna quien venía agarrada del brazo de Joseph, quién no se digno siquiera a mirarme.
Joanna venía impecable con un brillante y hermoso vestido se detuvo un poco para girar hacia mí.

-No te preocupes querida, yo estaré aquí para ayudarlo y consolarlo en todo lo que pudiera necesitar Michael-. Y no tuvo vergüenza para guiñarme el ojo.
Ellos entraban con entusiasmo a la casa, me vi obligada a subir a la camioneta por el asiento de atrás.

-Por cierto, no digas nada de esto a nadie o vayas con la policía, te estaré vigilando.-

-Es una canallada lo que haces Sal, no te podrás salir con la tuya, la verdad siempre sale a flote-. Se lo dije sin dudar y con el semblante abatido.

-Pues esta vez yo gano-.

La camioneta empezó a marchar, el aire entraba por la ventanilla, con la mirada hacia abajo, basto con que escuchara las rejas de la salida abrirse, para voltear automáticamente hacia atrás, mirar como Neverland se alejaba de mi vista fue triste, doloroso.

En ese momento me quebré por completo, recostada en el asiento con mis brazos rodeando mi cabeza, lloré todo el camino a mi departamento.

Al llegar bajé y sin detenerme corrí hacía mi hogar, abrí la puerta como pude, al cerrarla, mi espalda se dejo golpear sobre la pared para ir resbalando lentamente al suelo, acomodando mi cabeza entre las rodillas.

Todo estaba en mi contra en este momento. Sería la malvada sin serlo.

De repente el teléfono sonó.
Levanté la cabeza y contuve las lágrimas.