CAP. 61

Todas las emociones y sentimientos los percibía moverse hacia las facciones del rostro, reflejandolo todo a través de mis ojos, que eran la única parte de mi cuerpo imposible de disfrazar, deseaba pensar que en el fondo Michael podía percibir que era yo, y que tal vez esa era la razón por la cual no podíamos despegar nuestras miradas, que como imanes la proximidad nos atraía aún más. Nuestras presencias se habían acostumbrado a sentirse bien estando cerca. Acompasamos por un momento nuestras respiraciones y los corazones palpitaban a un ritmo conocido.

Rozó mi mano y mi piel reacciono intensamente.

Michael por fin pudo artícular una oración.
-Señora, usted tiene un parecido con alguien, ¿será acaso pariente de?..

-No, disculpe ella no es de esta ciudad-. Lety se abalanzó a ayudarme, si pronunciaba palabra alguna Sal se daría cuenta, ya que se encontraba a unos pasos de nosotros-. –Perdón pero es mi tía, le duele un poco la garganta y no puede hablar mucho.

-Que pena, espero que se recupere pronto-. Su dulce preocupación, logro hacerme sonreir.

Él levantó sus cejas observandome y abrió aún más la mirada, ¿se le habrá hecho conocida mi sonrisa?

-Michael es hora de irnos, dale su autógrafo a esta dama, que se hace tarde, además Joanna acaba de llegar y te espera en la limousina-. Se plantó Sal frente a nosotros, impaciente, iracundo.
Era verdad, había olvidado a Joanna.

-¿Tan pronto?-. Respingo Michael.

Uno de los hombres de Sal se acercó y lo apartó hablandole en voz baja al oído.

-Señor, no la encontramos-.

-¿Cómo que no la encuentran?, ¿revisaron en todas partes?-. Susurro Sal, enfadado, empuñando ambas manos-. –Encuéntrala, rápido, si no, ya sabes que hacer.

-Si señor-. Prácticamente corrió atemorizado a cumplir la orden.

Mi corazón retumbo como mil caballos desbocados, sabía que me estaban buscando.

-¿De quién hablas?-. Cruzó los brazos Michael, alcanzo a escuchar todo, y fruncio los labios.

-No, no te preocupes muchacho, este, ejem-. Aclaraba la garganta, aflojó su corbata que parecía ahorcarlo-. –Es una prima que llegó de visita, no conoce aquí y parece que se perdió, pero ya aparecerá, por favor vámonos-. Lo jaló nuevamente, forzándolo a seguirlo.
Pero simplemente, no lográbamos dejar de vernos.

Michael dió un paso, acercandosé y tratando de decir algo solo para mi.

–Un gusto en conocerla señora y aunque no ha dicho nada aun, me siento cómodo en su presencia-. Dejó escuchar una pequeña risa estrepitosa, apenándose un poco al decirme esto.

Las prisas no lo pudieron contener más tiempo en el lugar.
Se despidió alejándose de nuevo pero esta vez fue definitivamente, Sal se marchó tras él.

Sentí un fuerte mareo y un calor abrasador se presento de repente, había sido demasiado para mí, Mario y Lety se acercaron, hablándome al mismo tiempo, pero no los podía escuchar con claridad, era como observar todo desde lo más profundo de una piscina, en donde los rostros se tornan irreconocibles y las voces se pierden tratando de escuchar entre el agua, me sentía ahogar.

-Aire, necesito aire-. Me quité el saco y jalé la máscara que guardaba mi rostro.
Tosía, y un abominable dolor se apoderó de mi cabeza, mis piernas no lograron sostenerme más.

-¿Elizabeth?, ¿Elizabeth?-. Escuche lejos a Mario, llamándome.
No sé cuánto tiempo paso después.

-¿Qué sucedió?-. Me desperté sobresaltada en mi cama, aún con un leve dolor de cabeza.

-¿Estás bien?-. Mario se acercó con un par de pastillas. –Te caíste de repente y te trajimos a tu departamento, Rosie vino se quedo un momento y tenía que marcharse, dijo que te hablaría después para ver como seguías-. Se sentó en una silla, tratando de obtener respuesta-. - ¿ya puedes decirme que sucede?.

-No Mario, aún no, por favor, quisiera estar sola-. Lo mire acongojada.

-Está bien, nos vemos mañana, por cierto Lety me llevara a casa, en su nuevo carro deberías verlo ella lo escogió-. Rió, tratando de hacerme sentir mejor.
Traté de esbozar la mejor de mis sonrisas.

-Me da gusto por ella, y pronto lo veré, por ahora necesito dormir-. Tomé una sábana y me cubrí.

-Elizabeth-. Se detuvo en la entrada del cuarto.

-¿Qué sucede?-. Asome la cabeza.

-¿Lo vas a dar todo por perdido?.

Callé un momento.
-¿Crees que aún me ame?

El silencio reino en la recámara.
Di un gran suspiro, con la cara desencajada.

Mario golpeo suavemente un poco la puerta con los nudillos, levanto la mano despidiéndose y salió sin decir nada más.

Me quedé sentada, dando bocanadas de aire, tratando de acomodarme el cabello con las manos, pasaron unos minutos y corrí a la ventana, la abrí de par en par. Alcanzaba a ver como Mario se subía en el coche de Lety y alcance a gritarle.

-¡Mario!, ¡no, no voy a darlo por perdido, ahora menos que nunca!.

Una tormenta empezó a arreciar incontrolablemente por las calles, se escuchaban gotas furiosas golpear la ventana y el concreto del edificio.

Tome una hoja, y pensé que era momento de escribir, de hacerle mi propia carta a Michael.
Sentada en el comedor, escribí algunas líneas sin detenerme, tal y como salían del corazón.


Querido Michael:

Una vez soñé que te perdí.
En ese sueño nos encontrábamos cada uno en lo alto de diferentes témpano de hielo, y no logro recordar si tú te alejabas flotando de mí o yo de ti, pero recuerdo que desperté ansiosa y me encontré a tu lado, era medianoche y estaba lloviendo tal como hoy, mirándote dormido te escuche respirar y ello logró tranquilizarme, era como si nos habláramos sin palabras, de repente me pregunté cómo y cuándo fue que aprendimos ese lenguaje secreto que solo nosotros conocíamos, pero al contemplarte me daba cuenta que en algún momento de nuestros silencios te escuchaba, y terminaba acariciando tu cabello suavemente.
Y ahora solo me quedan estas palabras inútiles cuando lo único que deseo es estar a tu lado, hacer que te sientas seguro, ayudarte a dormir, recuperarte y solo amarte.

Con amor.
Elizabeth.


Esta carta se la haría llegar a sus manos.