CAP. 70

No podía dejar de contemplarlo, a pesar del disfraz, podía observar esos destellos de felicidad que emanaba por el brillo de sus preciosos ojos.
La sonrisa tan marcada.

-Elizabeth, tengo hambre, creo que este lugar es perfecto para comer algo.

Voltee a ver el sitio al que habíamos llegado, era un pequeño restaurant rústico de madera, bien cuidado y con un letrero en su exterior del cual se leía “misión viejo”.
Bajamos del auto para adentrarnos, parecía tener muchos años en funcionamiento, dentro del local había fotografías de Elvis, George Harrison, Little Richard, Sammy Davis Junior, y algunos otros que no conocía, para mi asombro cada una estaba autografiada, Michael se dejo ir sobre la de James Brown, que contaba con una dedicatoria especial al dueño del lugar.

De pronto quiso hablar con el encargado, volteando a todos lados, quería platicar sobre esos retratos firmados y cómo era que los había obtenido.

El dueño no tardo en aparecer, su nombre era Peter Smitson, mientras degustábamos los mejores platillos él nos narraba como a Elvis le gustaba llegar y comer carne con chile especialidad de la casa, George Harrison disfrutaba de la ensalada, y que antes de partir solían cantar algo por gusto.

-Quisiera cantar algo aquí-. Exclamó Michael con impaciencia.

No se pudo negar, en realidad era un hombre muy amable que asintió con la cabeza.
Con una guitarra que sacó de un cuarto Michael cantó human nature, su voz resonaba tan amenamente, el Sr. Smitson se acercó a mi oído y susurro.

-Desde un principio supe que era Michael Jackson, lo noté desde que entraron, respetare su privacidad con el resto de la gente, solo quisiera pedirle un favor-. Acto seguido esbozo una sonrisa bonachona.

Al terminar y entre los aplausos jubilosos de los comensales, Michael le dio una foto autografiada y también con una especial dedicatoria.

Entendía ahora la importancia del lugar, uno se podía sentir como en casa, tratados de manera cordial y con la mejor comida que se pudiera probar.

De nuevo en el carro, se quito el disfraz que cubría su rostro, la carretera estaba tan desértica que fácilmente podía darse ese lujo, con una mano al volante y la otra sobre las velocidades, con sus lentes oscuros, el cabello recogido en una coleta, estabamos listos para continuar la aventura.

-Ponte el cinturón linda-.
No me lo dijo dos veces.

El día era bastante agradable, tuvo que acomodar la capota del carro en su lugar al irnos adentrarnos al ambiente suburbano.
Se cubrió un poco de nuevo con su sombrero, para tratar de pasar más desapercibido.

El camino que tomó no era justamente al rancho.
-¿A dónde vamos?-.

-A casa de mis padres en hayvenhurst, pasaremos la noche ahí para partir a Neverland mañana temprano.

Mis ojos colapsaron, iríamos a Encino, adoraba hablar con su madre pero ¿Joe?

-Michael, yo..

-No, no te preocupes mi padre esta Las Vegas-. Rio sonoramente-. Por eso me he animado a ir a pasar ahi la noche ¿Qué te parece?.

-La idea me parece fabulosa.
Y me parecía así, deseaba conocer este lugar.

Apenas el atardecer despuntaba, el sol no tardaría en ocultarse, por lo que antes de llegar nos detuvimos en lo alto de una colina nos acostamos sobre el cofre del carro para disfrutar de la puesta del sol, abrazados con ternura, estuvimos contemplando los colores dorados y rojos que el horizonte nos ofrecia antes de partir de nuevo hacia nuestro destino de ese día.
Añoraba estos dias a su lado, y ahora los disfrutabamos solos y con todo el amor que habíamos guardado solo para nosotros.

Una hora después nos encontramos frente al portón listo para abrirse frente a nosotros.

Tenía cierto nerviosismo por entrar, no sabía a ciencia cierta cuantas personas se encontraban en el interior, ni quiénes.
Pero ansiaba conocer la casa en la cual habitó tantos años Michael.

La mansión dejaba a cualquiera boquiabierta, enorme, hermosa, llena de centenares de recuerdos que ansiaba enterarme.

Al aparcar el carro, la primera persona que salió a saludar fue Katherine, con los brazos abiertos y al aire abrazo con ternura a Michael, le daba tanto gusto verlo.

-Ven mi niña, a ti también te quiero abrazar.
Realmente era dulce, como una segunda madre.

Antes de entrar me percate de otro carro estacionado, me parecía conocido ¿pero de dónde?
No di más importancia, y entramos finalmente.

-Ven linda, quiero que conozcas cada rincón de la casa.
Tomó mi mano y lo seguí.